En pleno 2025, cuando la música urbana copa las listas de reproducción y las redes sociales son el gran escenario de exhibición de los jóvenes, que se sumergen en ellas entre scroll y scroll, puede sorprender que todavía haya universitarios que decidan enfundarse un traje de terciopelo negro, adornado con cintas de colores, y salir a rondar por las calles de Málaga cantando temas que muchos asocian con épocas pasadas. Sin embargo, la tuna no solo resiste: se ha reinventado y sigue atrayendo a estudiantes de distintas facultades que encuentran en ella algo más que un pasatiempo musical, sino una forma de vivir su etapa universitaria.
Pese a los clichés, son más estudiantes de los que se imaginan los que deciden dedicar horas, viajes y desvelos a este fenómeno que mezcla música y hermandad con la tradición. Málaga es una de las ciudades con más tunas de Andalucía, siendo el lugar con mayor número de tunas femeninas.
En la ciudad, la tuna sigue encontrando un terreno fértil gracias al clima, el buen rollo de su vida universitaria y el amor a la música. Lo confirma Daniel Blanca, un joven que a sus 21 años es jefe de la Tuna de Derecho. Recuerda que empezó «sin saber ni tocar ni cantar» y que, con el tiempo, ha acabado organizando ensayos y giras. «Mi cargo es más administrativo», sostiene.

Varias tunas unidas en un evento solidario por la DANA.

Ese proceso de aprendizaje desde cero lo comparten otros tunos como Rafael Zuazo, estudiante de Medicina y jefe de la tuna de su facultad, para quien ponerse el traje supone casi un ritual de transformación: «Es como cuando los superhéroes se ponen el traje y empiezan a tener superpoderes«. Paula Arrabalí, de la Tuna de Ciencias de la Salud, por su parte, a sus 24 años, lo describe de otro modo, pero con el mismo trasfondo: «La tuna me hace sentir que formo parte de algo más grande, como una familia enorme».
Esa idea de hermandad es quizá el rasgo más repetido por todos. «Jamás he visto algo igual. Es el exponente máximo de la vida universitaria», apunta Rafael. Daniel coincide y asegura que el aula de ensayo en la Universidad de Málaga se convierte en «una segunda casa» donde se come, se convive y se pasa gran parte del tiempo. Para Juan Pablo Cuello, miembro de la histórica Tuna de Peritos, ahora de Ingenierías Industriales y natural de Ciudad Real, la unión es especialmente valiosa para quienes llegan de fuera: «Nos ayudamos en los estudios, en lo personal y hasta en lo laboral. Ese sentimiento de pertenencia no lo encuentras en otras asociaciones».

Daniel, a la izquierda.
La convivencia se refuerza durante el novataje, el periodo en el que los nuevos aprenden a tocar, a perder la vergüenza y a integrarse. Paula insiste en que «no es por humillar, sino para forjar lazos» y muchos pasan de ser muy tímidos a encabezar la tuna muy pronto. Rafael lo define como un tiempo en el que, además de musicalidad, se cultiva «pillería y desparpajo», cualidades imprescindibles para la vida tunera.
La música, por supuesto, es el hilo conductor. Aunque todos valoran el repertorio clásico, coinciden en que la adaptación a los tiempos es esencial para mantener la tradición viva. «Hemos hecho versiones de Bad Bunny o C. Tangana«, cuentan tanto Daniel como Paula, mientras Juan Pablo recuerda actuaciones en la calle donde sonaron temas como Despacito, de Luis Fonsi.
Esa actualización no significa renunciar a la esencia, lo tienen claro: «Podemos mantener vivo un patrimonio cultural transmitiendo canciones, pero disfrutando mientras lo hacemos», resume Paula. Siguen cantando temas clásicos como Clavelito o Cielito lindo.

Paula posa a la cámara vestida de tuna.
Cedida
Los tunos viven con la maleta hecha y los viajes y actuaciones también traen consigo anécdotas inolvidables. Rafael rememora una noche en Palencia en la que acabaron tocando en una discoteca con el público entregado como si fueran estrellas. «Acabamos la noche con copas gratis y siendo el alma de la fiesta. Eso es muy habitual en nuestro día a día», confiesa riendo.
Otros recuerdos, en cambio, son más íntimos y especiales, como el de aquella mujer mayor que confesó a Juan Pablo su deseo de que la tuna la acompañara «al cielo a cantarle» cuando muriera, alucinada con lo que hacían. Todos coinciden en que «emocionar es un regalo».
«En Marsella conocimos a una comparsa de músicos y acabamos montados en un barco hacia una isla donde se celebraba una boda. Pasamos toda la noche allí, sin planearlo, y volvimos a la mañana siguiente. Fue surrealista», suelta Juan Pablo entre risas.

Juan Pablo sonríe a cámara.
Sin embargo, no todo es positivo. Daniel lamenta que en Málaga no puedan tocar en el centro por las restricciones municipales, mientras en ciudades como Sevilla la tuna está reconocida como bien cultural. «Es una pena, porque Málaga tiene una vida cultural enorme y la tuna es parte de esa identidad», denuncia.
Pese a las dificultades, todos creen que la tradición seguirá viva. Para Rafael, aunque son «una especie en peligro de extinción», lo esencial es encontrar gente comprometida. Paula confía en la capacidad de adaptación y destaca el papel de las redes sociales para acercar la tuna a los jóvenes. Juan Pablo, por su parte, lo tiene claro: «Mientras siga emocionando al público, merecerá la pena seguir saliendo a la calle».
Sobre lo que vendrá, Daniel es claro: «La tuna tendrá que reinventarse. Hoy ya no tiene sentido rondar balcones como antes. Si no adaptamos el repertorio y buscamos la parte de amistad y viajes, se perderá fuerza. Pero lo importante es que sigue siendo un espacio para hacer amigos de verdad, en un mundo cada vez más individualista».

Rafa, con compañeros de la tuna de Medicina.
A quienes acaban de empezar la universidad en septiembre, Daniel les lanza una invitación en nombre de todos: «No hace falta saber música ni pertenecer a Derecho como mi caso. Solo tener ganas de aprender, disfrutar de la música, viajar y conocer gente. La tuna es una oportunidad única»