«Teníamos que ir siempre con tacones y con vestido. Maquilladas y arregladas. Te obligaban a ponerte en las mesas que decían y estar con los clientes toda la noche, beberte su alcohol y hacer que consuman más», cuenta Marta a Madrid Total con un nombre falso pero con una historia muy real.
Ella empezó de chica de imagen en diferentes discotecas de Madrid con 18 años. Ahora tiene 21 y aunque solo estuvo 12 meses trabajando en esto, lo define como el peor empleo de su vida. «No se lo deseo a nadie».
Esta es la realidad en los reservados de numerosos clubs de la capital como Oh My Club, Tiffany’s, Shoko, Mon o Nazca. Las discotecas pagan a chicas para que los clientes con más dinero consuman alcohol y se diviertan con ellos. El objetivo es que no paren de gastar en las botellas más caras.
«Obviamente, cobrábamos en negro«, explica Ana, también un nombre falso porque no quiere que la reconozcan. Ella también empezó como chica de imagen con 18 años y al igual que Marta, decidió alejarse de ese mundo. Ambas coinciden en un problema principal: la falta de seguridad.
«Nadie te garantiza que te vayan a pagar. Si no ibas vestida como a ellos les gustaba, te dejaban sin cobrar. Igual que si no estabas lo suficientemente animada o te pasabas bebiendo, que en teoría es lo que tienes que hacer, te pagaban menos o directamente no te pagaban«, recuerda Ana de esas noches que no quiere volver a repetir.
Marta ve más grave el hecho de que pueda ocurrir un accidente y no recibir ningún tipo de ayuda. Eso es lo que le pasó a ella y lo que hizo que decidiera cambiar de vida. «Llegó un momento que el alcohol empezó a sentarme mal. Un día estaba en un after trabajando y empecé a convulsionar», explica señalando uno de los momentos más terribles de esa vida.
Marta no se acuerda de nada de aquel incidente, pero una amiga suya le explicó al día siguiente todo lo que había sucedido. «Me dio un coma etílico. Nadie me ayudó. Tampoco llamaron a la ambulancia. Por no mancharse las manos, cerraron el local para que nadie me viera y esperaron a que se me pasara. Estuve dos horas inconsciente«, relata.
«Trabajaba de lunes a lunes»
Son varios los perfiles de chicas que entran en este mundo. Las hay quienes solo van los fines de semana para ganar un dinero extra y quienes lo ven como un trabajo. Este último caso era la situación de Marta. «Trabajaba de lunes a lunes. Descansaba el día que sentía que me desmayaba y no me podía levantar de la cama».
Ella empezó por una amiga que estudiaba y necesitaba el dinero para costearse la carrera. «Cuando cumplí la mayoría de edad y empecé a salir de fiesta, los jefes de imágenes me lo ofrecían. Me decían que daba mucho juego. Como empezó a ir mi amiga, al final lo cogí», comenta.
Como es un trabajo ‘clandestino’, funciona por el ‘boca a boca’. Son conocidos de los relaciones públicas de las discotecas los que pasan el contacto de las chicas a estos «jefes de imágenes», los encargados de elegirlas cada noche siempre en función de su cuerpo.
«Físicamente, tienes que ser atractiva y dar ese juego. A las imágenes que están en una esquina las suelen echar. Buscan mujeres que estén dispuestas a todo«, dice Marta.
Las interesadas en este trabajo contactan con los responsables de la selección y les mandan fotos de su cara y cuerpo, normalmente vestidas y maquilladas con la indumentaria requerida para esta labor. Si son elegidas, las meten en grupos de WhatsApp con el resto de imágenes de la discoteca en cuestión, aunque eso no les garantiza el puesto fijo.
Cada día, en dichos grupos, se apuntan a una lista quienes quieren trabajar esa noche. El horario depende de cada local, aunque suele ser de 1.00 horas a 6.00 horas. La discoteca elige a las que considera mejor, según su criterio, y el número de chicas que quieren ‘contratar’. «Te convocaban cuando querían. Sabían que algunas dependíamos económicamente de ello y jugaban con eso», explica Marta.
Reservado con piscina en un ‘after’ de Madrid.
Cedida
La validación fue uno de los motivos que enumera Silvia, otra de las chicas de imagen que ha hablado con Madrid Total sin revelar su identidad, para explicar sus comienzos. «Tendría unos 20 años y hacía relativamente poco que lo había dejado con mi exnovio. Me enteré por un grupo de amigas y lo vi como algo super guay», cuenta ella.
No solo le pagaban por salir de fiesta, también le subía la autoestima esa «aceptación externa» cuando la elegían. «Piensas que estás ahí porque eres guapa y te vuelves adicta a esa validación«.
El problema más tarde es el arma de doble filo que esta fiscalización de la imagen supuso para ella. «Cuando no la tienes porque no estás en lista ese día para trabajar, te sientes lo peor del mundo. Te miras al espejo por si has engordado desde la última vez que trabajaste, aunque a lo mejor fue el día anterior. Piensas que no eres lo suficiente o te comparas con el resto de chicas que están convocadas».
«Te incita a no querer tu cuerpo tal y como es. Hay chicas que llevan ahí desde los 18 años y ahora tienen más de 30 y se creen que no sirven para nada más. La mayoría están operadas porque entran otras más jóvenes y ya no están a la altura», advierte Marta.
Ser chica de imagen
«Realmente es muy incómodo. Aguantar hombres borrachos, que lo que quieren es aprovecharse de ti. Estás molesta con los tacones o con el vestido y manteniendo el tipo. Es un entorno tóxico y complicado. Cuando tú hablas con las demás te das cuenta de que todas nos sentimos igual«, expone Silvia que empezó a trabajar como chica de imagen hace unos tres años y decidió dejarlo el pasado mes de enero.
«Todos los comienzos están bien, pero con el paso de los meses empecé a quemarme. Ya lo veía como un trabajo, porque la casa no se paga sola, las facturas tampoco y la universidad mucho menos. Todos los días, la misma música, la misma gente… ¡Yo no quiero estar borracha de lunes a lunes!».
Después de darse cuenta de que era algo que la estaba amargando y necesitaba dejarlo, buscó otra salida y empezó a trabajar como monitora de viajes a Reino Unido e Irlanda con adolescentes. Actualmente, está trabajando en Ibiza como hostess.
Marta también trabaja en la isla, como camarera de un Beach Club. A raíz de dejar la noche, decidió cambiar de vida radicalmente. «Me costó mucho salir de ahí. Tenía un síndrome de abstinencia increíble», debido a que de imagen consumía drogas y alcohol todos los días.
Reservados en la discoteca Tiffany’s.
Cedida
«Mi madre lo ha pasado muy mal también. Me veía llegar a las ocho de la mañana o más tarde todos los días. Llegó a tener depresión«. Marta explica que, por estas razones, a día de hoy no ha tocado la noche, ni la volvería a tocar. «Ahora cuando salgo siento que no encajo. Ya no me gusta. A las tres como mucho me quiero volver a casa. Me trae malos recuerdos«.
Después de todo lo que ha pasado, se define ahora como una persona que disfruta del día. «Por la mañana voy a la playa, por la tarde trabajo, llego a las diez de la noche a mi casa, me hago la cena y me voy a dormir».
Y es que para Marta, Madrid sólo significaba ese bucle: «No sé decir un plan de día en Madrid. No veía nada que no fuera la noche«, mientras explica que su vida giraba en torno a la gente que conocía de ahí. «Todos mis planes eran cenar en restaurantes caros e ir a beberme botellas con millonarios. Para mí era lo normal«.
Al igual que Marta y Silvia, Ana ha trabajado en discotecas como Oh My Club, Tiffany’s, Shoko, Mon o Nazca. Solían ser entre 30 y 100 chicas convocadas cada noche, dependiendo de la discoteca y de la afluencia de gente que esperaran ese día. Al principio estudiaba un grado medio, pero lo apartó para convertir la noche en su rutina y empezar a salir de jueves a domingo durante dos años. Actualmente, trabaja como dependienta en una tienda de ropa de Madrid.
«Empecé yendo con amigas, pero en los últimos meses había días que salía sola. Puede ser un infierno estar tantas horas ahí dentro, sin conocer a nadie y con el miedo de que te pueda pasar algo«, matiza. «Tienes que venderte y que los chicos disfruten contigo. No está mal sentirse guapa ni socializar, pero a veces parece que tienes que acostarte con ellos para hacer bien tu trabajo. Es dinero rápido, pero no fácil«.
Normalmente, las discotecas no permiten que las chicas de imagen tengan relaciones sexuales con los clientes durante las horas que las ‘han contratado’. Aunque, una vez terminadas estas, podían irse con ellos a locales privados si así lo decidían ellas.
«Unos 150 euros por noche»
El cobro por una noche de imagen en la mayoría de discotecas de Madrid está en unos 50 euros. Apuntarse a trabajar después en un after puede pagarse entre 50 y 100 euros más. A eso se le suma un 10% de comisiones de las mesas que se vendan, algunas desde 1.000 euros. Ana comenta que cada noche como poco solía llevarse a casa unos 150 euros. Marta apunta unos 2.200 euros al mes, tirando por lo bajo.
«Conocer gente con dinero y ver la posibilidad de ganar más, hacía que nunca te quedaras satisfecha«, cuenta Marta. «Llegó un momento que los clientes eran gente famosa y futbolistas, al frecuentar discotecas como Oh My Club con reservados a los que van este tipo de personas. Cuando se terminaba la fiesta, nos invitaban a sus villas privadas».
Aunque en realidad, tal y como cuenta ella, no iban de invitadas, sino a seguir «trabajando». Después de meter su teléfono en una caja de zapatos, les ofrecían hacer «extras», una forma de llamar a los trabajos sexuales. «Impresiona porque te ves muy cerca de algo que veías muy lejos«, exclama Marta.
Prostitución de lujo, la llaman. Una forma de enterarse de ofertas tanto para trabajo de imagen como para otro tipo de trabajos en negro relacionados son los grupos de WhatsApp.
Algunos de los mensajes de los grupos de WhatsApp con anuncios para imágenes o de otro tipo.
E.E.
Aquí puedan estar metidas unas 400 chicas a las que invitan mediante enlace, así como jefes de discotecas y otras personas que median con los clientes para actos privados.
En ellos se notifican todo tipo de anuncios, desde búsquedas de perfiles muy concretos de mujeres para una hora, por precios que van de los 100 euros a los más de 2.000 euros; hasta viajes a gastos pagados a Marbella, Ibiza o fuera de España a cambio de acompañamiento o las condiciones pertinentes.
«Empezar en todo esto es algo que se te puede ir mucho de las manos. Ves cosas que son muy golosas y al final te dejas influenciar«, opina Silvia. Marta añade que «es muy difícil decir que no». «Piensan que todo lo pueden comprar. A mí algunos clientes me decían trabajando, que me pagaban el triple de lo que me daban en la discoteca si me iba con ellos a un hotel», añade.
Ella critica que se aprovechan de edades tan tempranas para manipularlas, ya que en su caso «lo veía todo al revés». «En cualquier sitio iba a ganar la mitad de lo que conseguía haciendo esto y encima madrugando. Creía que no me compensaba, pero la salud mental supera al dinero«.
Oh My Club: discotecas con contrato
Discotecas como Tiffany’s u Oh My Club tienen un estatus que les permite regularizar trabajos como el de las chicas de imágenes. En el caso de la segunda, fuentes cercanas a la discoteca aseguran que «llevan una gestión laboral muy correcta e incluso los relaciones públicas tienen un contrato«.
En este club, las chicas están señalizadas con el rango de «influencers«. «Abre los siete días de la semana y tienen a sus imágenes fijas. Les compensa hacerles un contrato donde se estipula las horas que cubren y el sueldo, como en cualquier otro empleo», comenta un trabajador que ha accedido a hablar con este periódico sin dar más detalles de su filiación.
«En general suelen preferir que sean fijas y asegurarse de que vayan a ir todas las noches», explica. Y añade que cada discoteca tiene su perfil. «En el caso particular de Oh My Club se escogen chicas elegantes. En otras se buscan más ‘de barrio’ o con tatuajes».
«Su trabajo es, como bien dice el nombre, dar imagen al club«. El hombre explica que fue un fenómeno que empezó en 2017 con el auge de las redes sociales y el postureo que conllevan. «Los clientes saben que están ahí para consumir su alcohol y es lo que quieren«, expone.
El hecho de que un local nocturno tenga imágenes sube los precios. Les aporta un caché. «Ellos buscan esa valoración al pagar por tener chicas a su alrededor. Aunque las mujeres solo estén ahí por dinero».
Este trabajador de la noche tiene claro que lo que hacen los locales es sacar partido económico de la presencia de estas mujeres. «Cuando los clientes paran de comprar botellas en el reservado, mueven a las imágenes a otra mesa. Por eso aceleran el consumo».
Como se ha comentado antes, además, suelen ser sitios con un tipo de clientela con un alto poder adquisitivo. «Oh My Club tiene salas privadas especiales para los famosos. Van muchos futbolistas y cantantes. En estas salas suelen buscar y contratar chicas que no solo sean imágenes, aunque los trabajos de ‘extra’ están al margen de la discoteca», explica.
Este periódico ha tratado de contactar con fuentes relacionadas con el resto de discotecas mencionadas en este reportaje. Ninguna ha querido dar declaraciones salvo el trabajador de Oh My Club citado, que accedió ha explicarlo anonimamente.
«Hay que tener una madurez»
Mónica, una cuarta mujer a la que ha contactado Madrid Total que tampoco quiere dar su identidad por miedo a las represalias, tiene 24 años y lleva trabajando como chica de imagen desde los 22, aunque solo los fines de semana que le apetece salir con la posibilidad de ganar una remuneración extra. En realidad, su empleo principal está relacionado con lo que ha estudiado: magisterio.
«Yo soy una persona muy extrovertida y conocer gente me encanta. Por eso, hacer esto para mí nunca ha tenido una connotación negativa«, asegura. Eso sí, advierte de que para meterte en este negocio es necesario tener la madurez suficiente para no caer en manipulaciones e influencias.
«Hay muchísimos prejuicios sobre trabajar de imagen. Yo he trabajado en esto incluso estando en pareja y jamás me ha supuesto ningún problema». Bajo su experiencia, cree que tienes que tener claro en lo que te estás metiendo y para qué. Lo peligroso es verlo como algo a largo plazo y no como algo temporal.
«Yo tengo mis estudios y metas aparte, pero es cierto que hay un gran número de chicas que se lo toman como una forma de vida. Ese tipo de personas pueden llevarlo al extremo, porque es lo único que tienen«, aclara.
En su opinión, tener debates morales es inevitable, pero no se arrepiente de hacerlo. «Pienso que la sociedad es así. Es un negocio y esto es lo que vende y lo que da dinero«, apunta.
Los reservados de las discotecas no son el único negocio en el que las mujeres son el objeto de consumo. Otra de las entrevistadas para este reportaje también trabaja como azafata de imagen y advierte de que también piden que sean lindas y con buen cuerpo. «Empresas grandes que cogían a chicas para eventos por ser guapas y pedían unas determinadas características físicas».