Viva la fiesta: cuatro décadas de historia de España desde la discoteca

Los ojos rojos delante de un espejo, los destellos cegadores de las luces estroboscópicas, el instinto irreprimible de saltar cuando tu cerebro –tal vez algo confuso– recibe el estímulo de una secuencia electrónica que te vuelve loco, el trance de no saber muy bien qué hora es ni en qué sitio te encuentras, el deseo de que no acabe nunca ese momento, de que no se enciendan las luces… Puede que el lector no haya experimentado nunca siquiera alguna de estas sensaciones, pero sospechará que la fiesta nos ha configurado y nos explica como sociedad. Hablar de la fiesta es también fiscalizar la historia reciente de España.

«Cada país tiene su propia idiosincrasia. En España nos gusta cambiar de local, por lo que la noche suele ser más sociable y movida, de ahí lo de ‘salir de marcha’. Es otro concepto!. Así lo explica José Ángel Mañas (Madrid, 1971), autor de la novela Historias del Kronen (1994), hito generacional que retrata con aspereza a una juventud hedonista y desenfrenada. Durante aquellos años, «lo que daba sentido a tu vida era lo que pasaba el fin de semana», apunta Asier Ávila (Rentería, 1977), guionista de la serie documental Megamix Brutal (2023) y autor de Fiesta (Libros del K.O), que acaba de llegar a las librerías.

En los 90, la década gloriosa de las discotecas en nuestro país, las tasas de paro juvenil y de fracaso escolar estaban por las nubes. La música electrónica de baile era la banda sonora de un presente incierto. Muchos lo desafiaban con el consumo de alcohol, cocaína y drogas de diseño, tanto daba que fuera en sótanos oscuros como en gigantescos clubs nocturnos. En estos años está la sustancia principal del libro de Ávila, que ha tenido que acotar su apasionante investigación al fenómeno de las discotecas.

Para bucear en su origen, se ha remontado a la Ibiza libérrima y festiva de los 80, que se desembarazó del hipismo para dejarse atropellar por los ritmos electrónicos sincopados (house, techno…) que alumbraban las nuevas tecnologías, una revolución absoluta en la industria musical.

Las discotecas Ku y Amnesia, fundada por Antonio Escohotado en 1976, se disputaban la afluencia, determinada por el imparable crecimiento del turismo, que explotó en España en los 60. La artista Irene de Andrés (Ibiza, 1986) reflexiona en el proyecto Donde nada ocurre, de 2019, sobre el impacto que ha tenido a partir de los espacios donde transcurría el esparcimiento. «Las discotecas que elegí tienen que ver con el nacimiento del turismo en la isla», cuenta a El Cultural. Aquellos terrenos que ahora son bloques de pisos o están en ruinas le sirven para señalar el deterioro del tejido social.

Cinco piezas videográficas y un interesante material documental cuajado de fotografías, esculturas y maquetas configuran la filosofía de un proyecto, que se expuso en el Museo Patio Herreriano, cuya impronta artística se concreta en elementos como la arquitectura o la iluminación. «Las luces marcan el carácter de la evasión. Pero todo se acaba cuando las encienden», explica en alusión al reverso de la fiesta: el bajón, la resaca y otros términos que funcionan como metáfora de la gentrificación, fenómeno que se corresponde con la problemática de la vivienda en la isla.

Uno de los vídeos de Donde nada ocurre nos devuelve a esos lisérgicos 80. Alfredo Fiorito pincha una sesión del género que entonces colocó a Ibiza en el epicentro mundial de la fiesta. El balearic beat, bautizado así en Londres en 1987, representa una época en la que los abanicos de Locomía ya empezaban a menearse en los escenarios de las fiestas al aire libre y «no había salas VIP», según le cuenta Fiorito a la artista.

Ruinas del Festival Club Ibiza, club nocturno inaugurado en 1972, del proyecto 'Donde nada ocurre' (2019) de Irene de Andrés. Foto: Irene de Andrés


Ruinas del Festival Club Ibiza, club nocturno inaugurado en 1972, del proyecto ‘Donde nada ocurre’ (2019) de Irene de Andrés. Foto: Irene de Andrés

En Madrid, mientras tanto, languidecía la Movida, cuyo centro «estaba en las bandas, en los directos, en la pulsión creativa», explica Ávila para fijar la diferencia. Y añade: «Todo esto se diluye en la marcha en discotecas, más allá de algunos diyéis pioneros».

El autor de Fiesta se refiere a los productores españoles que importan de Europa el último grito de la música dance o el pujante italo music y lo transforman en la música que fascina a los discotequeros. Así surge el fenómeno del megamix, mezcla de algunos de los estribillos del momento decorada con efectos electrónicos que explotó como nadie la discográfica Max Music, y la música mákina, que agavilla los otros grandes enclaves de la fiesta en España: Barcelona, con Nando Dixcontrol a la cabeza, y Valencia.

«En aquellos años, lo que daba sentido a tu vida era lo que pasaba el fin de semana». Asier Ávila

Un documental en Filmin cuyo título anuncia su verdadero nombre y su grito de guerra, Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere (2018), bucea en la peripecia vital del atribulado disyóquey catalán, mientras que las referencias sobre la Ruta del Bakalao (novelas, ensayos, películas, documentales…) son incontables.

El periodista Luis Costa desvela en ¡Bacalao! (Contra, 2017) la deriva de la escena valenciana underground de los 80, que hunde sus raíces en el punk británico. Y es que se confunde aquel movimiento melómano con la expresión que a comienzos de los 90 alude a la Ruta Destroy, red de discotecas situadas en Valencia y alrededores. Coincidiendo con los éxitos de Chimo Bayo (Así me gusta a mí) y Paco Pil (Viva la fiesta), los medios de comunicación hablan de bakalao (con k) para demonizar una música que supuestamente arrastra a los jóvenes al infierno.

La Ruta del Bakalao se convierte en un problema de Estado –se lleva incluso al Congreso– y una operación policial en 1993 contra el tráfico de estupefacientes, auspiciada por la Ley Corcuera (conocida como la de “la patada en la puerta”), desmantela casi al completo el icónico movimiento, por más que templos como Chocolate, Barraca, Puzzle y Spook sobrevivan unos años más en tierra de nadie, separados de una civilización que los quiere lejos. El impacto que tuvo ese año en la opinión pública el triple crimen de las niñas de Alcàsser, terminó de estrangular a la Ruta.

Este punto y aparte en la historia de la fiesta tuvo su antecedente en Ibiza, cuando en 1989 una normativa ordenó la insonorización de sus míticas fiestas al aire libre, lo que implicaba poner a cubierto los recintos. «Esto coincide con el nacimiento de las macrodiscotecas», según recuerda De Andrés. «Los empresarios se tuvieron que gastar el dinero en techar sus recintos, y sin embargo luego han permitido los beach club como Ushuaïa. Es todo muy disparatado», afirma.

«En los 90 podías ir de discoteca en discoteca sin parar durante tres días». José Ángel Mañas

En aquellos años «podías ir de discoteca en discoteca sin parar durante dos o tres días», asegura Mañas, que salía por la capital cuando triunfaban salas como Attica, donde se escuchaba el bakalao en los distintos géneros maquineros derivados del Electronic Body Music (EBM), caracterizado por sus cadencias secas y repetitivas.

El poky, por ejemplo, despunta en Radical, la gran discoteca de Alcalá de Henares que en 2002 cambaría su ubicación a Torrijos (Toledo). Álex Conde, el gerente, sería el responsable de un cambio de paradigma: las macrofiestas temáticas que él mismo organiza sustituyen el ritual de salir de marcha durante los interminables fines de semana. Hasta casi mediados de los 90, las discotecas podían volver a abrir una hora después del cierre, pero no tardó en aparecer la legislación que regulaba el cumplimiento de los horarios y las licencias de los locales de ocio nocturno.

Además, la ilegalización de los afters con la Ley de Espectáculos en 1999, la normativa acerca de la potencia del sonido (La ley del ruido, en 2003), el progresivo endurecimiento de las reglamentaciones de tráfico (limitación de la tasa de alcohol permitida, proliferación de radares…) y de las medidas de seguridad y aforo desde la avalancha en el Madrid Arena, que acabó con la vida de cuatro jóvenes en la noche de Halloween de 2012, fueron algunas de los obstáculos jurídicos que encontró a su paso la fiesta en discotecas.

Ávila, además, sitúa el origen de la decadencia en «la masificación», que atrae a los grandes grupos inversores y al crimen organizado. «Al principio los empresarios, aunque fueran máquinas de hacer dinero, eran fiesteros, les gustaba estar con la gente, aquello era una liturgia comunal», cuenta el autor de Fiesta. Después, la evasión fiscal y el blanqueo de capitales entre los magnates de la noche, algunos implicados en tramas de narcotráfico y corrupción política, se vuelve una norma.

Cabe aquí señalar cómo los fenómenos sociopolíticos han marcado la evolución de la fiesta, a menudo estigmatizada, y no con pocas razones, por la violencia. Mientras que el Rock Radical Vasco se granjeaba simpatías en el mundo abertzale durante los 80 y los 90, ETA atentaba en algunas discotecas aduciendo que sus gerentes eran responsables de la llegada de la droga a su tierra, acción presuntamente impulsada por un Estado que –pretextaban los terroristas– buscaba disuadir a la juventud, adormeciéndola, de la tentación de entrar en la banda. De otro lado, los skinheads se camuflaban entre los bakalaeros para perpetrar sus acciones racistas u homófobas.

Y no podríamos obviar, entre las causas del declive, la cuestión económica. El botellón, aunque normalizado desde los 90, se convierte en un verdadero problema para la Administración, y en un enemigo para los empresarios de la noche, en los 2000, cuando la burbuja inmobiliaria está a punto de pincharse. Dos novelas muy distintas entre sí ahondan en las consecuencias de la crisis. La caída del imperio (Random House, 2024), de Javier Gallego (Madrid, 1975), es el relato psicodélico de unos jóvenes que pasan tres días de fiesta en la capital durante los días previos al 15-M. Facendera (Anagrama, 2022) se inmiscuye en la realidad de un pueblo leonés que trata de sobrevivir tras la demolición de una central térmica.

«Las luces marcan el carácter de la evasión. Todo acaba cuando las encienden». Irene de Andrés

La fiesta ya ha pasado del interior de los locales a los parkings y los polígonos, donde los coches tuneados compiten por los decibelios de sus bafles. Su autor, Óscar García Sierra (León, 1994), nos ofrece otro ángulo: las periferias y los efectos de la desindustrialización. «Cuando había carbón y mucho trabajo, había discotecas en todos los pueblos y venían autocares con gente de fuera, en mi adolescencia ya solo había bares y ahora ya poca cosa», dice.

¿Qué ha pasado con la fiesta? «Cuando empiezan a decaer las discotecas, los empresarios intentan ganar dinero con los festivales. Se proponen reducir lo que antes ganaban en un mes o en seis meses haciendo fiestas masivas puntualmente», explica Ávila, sabedor de que la marcha del fin de semana pertenece ya al terreno de la nostalgia (las fiestas remember llevan más años que lo que duró La Ruta).

Según el portal de estadística Statista, el porcentaje de gente que iba de fiesta en España pasó de un 18,7% en 1996 a un 9,2% en 2023, y eso que en 1996 ya había comenzado la recesión. «Mis amigos y yo nos estamos alejando de los clubes y preferimos bares y casas», reconoce García Sierra, de 30 años, pero sabe que, más allá del reguetón, existe una tendencia al ocio diurno –al tardeo, al chill out, orientado a gente con más poder adquisitivo. «Y muchos locales pijos que acaban expulsando de los barrios a la gente», apostilla el autor de Facendera. La fiesta, con su propensión a la oscuridad, también ilumina nuestra historia reciente.

Sobre la fiesta

Historias del Kronen (Bala Perdida)

La novela de José Ángel Mañas es un icono de los 90 que sigue viva. En 2025 verá la luz una nueva publicación en el sello Debolsillo (Penguin Random House).

La Ruta (Atresmedia)

La aclamada serie de Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui sigue in extrema res a unos amigos que experimentan el desfase de las discotecas valencianas en los 80 y principios de los 90.

Valenciana (Teatro y cine)

Jordi Núñez estrena el 18 de octubre la adaptación a la gran pantalla de la obra teatral de Jordi Casanovas, sobre los últimos coletazos de la Ruta del Bakalao y la cobertura sensacionalista de los crímes de Alcàsser.

Locomía (Movistar Plus )

Jorge Laplace dirige esta apasionante miniserie documental sobre el mito de Locomía, el grupo de los abanicos que deslumbró en Ibiza antes de su apoteósico exito internacional.

Bacalao (Contra)

Luis Costa explora la deriva de la Movida valenciana hacia la Ruta en este libro, que dialoga con Balearic: Historia oral de la cultura de club en Ibiza.

After (Tesela P. C.)

Uno de los tesoros mejor escondidos de Alberto Rodríguez. Guillermo Toledo, Tristán Ulloa y Blanca Romero protagonizan este filme sobre sexo y amistad en una tórrida noche madrileña.