La leyenda de Bocaccio no se acaba nunca


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Ahora, el número 505 de la barcelonesa calle Muntaner, no es sinónimo de nada. Esa dirección se corresponde con un hotel aséptico, acristalado, con jardineras que flanquean la entrada, y banderas que, ondeantes, dan la bienvenida sobre el hall. Años atrás, sin embargo, el subterráneo de Muntaner 505 era la sede de aquel lugar mítico, el Bocaccio, que congregó a lo mejorcito de cada casa, a aquellos a los que el cronista Joan de Sagarra bautizó como gauche divine.

A medio camino entre discoteca, lugar de reunión, bar musical y boîte, el Bocaccio funcionó, en definitiva, como centro neurálgico de los happy few, y como bisagra de aquella Barcelona que abandonaba la oscuridad del franquismo y empezaba a avistar las luces de la democracia.

Dos eventos festejan este lugar indefinible de aura mítica: la publicación de un libro, Bocaccio. Donde ocurría todo, del periodista Toni Vall, que sale a la luz al mismo tiempo que la exposición Bocaccio. Templo de la gauche divine, comisariada por el propio Vall, y que hasta el próximo 12 de abril ofrece en el Palau Robert un recorrido por la Historia del local a través de fotografías, documentos y objetos que atestiguan el legado estético modernista de este lugar, pionero en la creación de una imagen de marca a través del merchandising.

Para Serrat, Bocaccio no fue un negocio, sino un grupo de gente, «un local insólito y precioso»

En su logo, la B del Bocaccio tiene tentáculos, como si en su propia imagen estuvieran encerrados su significado y repercusión. Inaugurada el 13 de febrero de 1967, Bocaccio abrió gracias a la iniciativa de Oriol Regàs, con el apoyo de Xavier Miserachs, Teresa Gimpera y una cincuentena de accionistas, y la boîte, que estuvo abierta hasta julio de 1985, pronto se convirtió en un punto de referencia de la vida nocturna barcelonesa, un lugar de buena bebida y buena música, a imagen de las de otras ciudades como Londres, Düsseldorf o Nueva York.

Como una ráfaga

Contaba José Luis Garci que la felicidad es una ráfaga: «De repente, sientes que estás envuelto como en una corriente hechizada, en una brisa inexplicable, como si no se sabe quién hubiera abierto una de las puertas del paraíso. Una de esas puertas altas de las películas de Lubitsch, de maderas nobles y color presentimiento. Hasta que alguien avisa. ¡La puerta! Y la cierran». La exposición Bocaccio. Templo de la gauche divine tiene algo de ráfaga, de puertas que nos transportan a un mundo desaparecido que vive ahora fuera del tiempo, en la memoria. La muestra del Palau Robert, con su moqueta granate y su ambiente modernista perfectamente recreado, propone un recorrido por distintos objetos, convertidos en reliquias: los espejos del baño, el taburete del Bocaccio, propiedad ahora de Guillermina Motta, una butaca forrada de terciopelo rojo… Porque aquí, los objetos son mucho más que objetos: tienen vida, memoria. Contienen en sí mismos la historia de quien los hizo, pero también la historia de la época a la que pertenecen.

Ambiente en Bocaccio
Ambiente en Bocaccio

A base de visitar mercadillos, tiendas de viejo y portales de coleccionismo en internet, Vall fue recopilando todo tipo de objetos relacionados con la boîte: cerillas, posavasos, fotos de los clientes y asiduos, publicidad de los viajes que organizaban, material promocional del Bocaccio, pero también de su expansión a la Costa Brava, con el Maddox de Playa de Aro, el Revolution, de Lloret de Mar, o el Marinada y la Arboleda de Palamós. A pesar de que Valls nunca llegó a poner un pie en el Bocaccio, su excelente trabajo periodístico y de amor al coleccionismo cristaliza en dos proyectos que transmiten su esencia e importancia histórica.

Por otro lado, Bocaccio. Donde ocurría todo no es un libro de la gauche divine, pero la gauche divine es protagonista. En esta edición cuidada y con atención y mimo hasta el último detalle, Toni Vall se puso en contacto con muchos de los que habían frecuentado el Bocaccio y les preguntó qué significó para ellos. El libro surge como recorrido por las memorias de estas 21 personas, pero no es un mero anecdotario, sino más bien un retrato de distintos personajes en un momento determinado de su vida.

Por las páginas desfilan personajes como Oriol Bohigas, Ricardo Bofill, Rosa Regàs, Colita, Teresa Gimpera, Beatriz de Moura, Jacint Esteve, Joan Manuel Serrat o el joven periodista Enrique Vila-Matas, el pequeño del grupo, vestido de negro, en la barra aterciopelada del Bocaccio, atento a los chismes que corrían por la barra para elaborar la sección «Oído en Bocaccio» de la revista Fotogramas haciendo ver que bebía copas cuando, en realidad, estaba inmerso en una misión de espionaje.

Teresa Gimpera, musa de Bocaccio
Teresa Gimpera, musa de Bocaccio

Convocar a los dioses

Dice Joan Manel Serrat: «Bocaccio no fue un negocio, sino un grupo de gente. Fue un local insólito y precioso. Bocaccio fue un aquelarre de gente que a última hora de la noche convocaba a los dioses de la vida y de la libertad»; o Teresa Gimpera, que afirma que «en Bocaccio las mujeres aprendieron que la vida se podía vivir de otra manera». O Rosa Regàs, de la que Valls recoge su testimonio a modo de monólogo, que cuenta que escribe siempre al lado de una vela porque necesita que la acompañen los compañeros de viaje que ya no están. Porque no falta la nostalgia en estos recuerdos del Bocaccio, los momentos para recordar a los que se fueron.

Además, el local era frecuentado por miembros de la escena literaria, como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, los hermanos Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci y Ana María Moix, Juan Marsé o Maruja Torres, acompañados a veces por Gabriel García Márquez u otros grandes nombres del mundo de la fotografía y el diseño como Leopoldo Pomés o Enric Satué.

Mucho más que el mero testimonio de un lugar y las anécdotas que en él acontecieron, la exposición Bocaccio. Templo de la gauche divine y el libro Bocaccio. Donde ocurría todo conforman el intento de atrapar la magia inextinguible de un lugar que perdura en el tiempo. 32 años después de su cierre definitivo, la estela del Bocaccio permanece. Y esa es justamente la función de los mitos: permanecer.

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