Al inicio de este reportaje, Bzrp Music Sessions, Vol. 52, el gran éxito de Quevedo y el productor Bizarrap, llevaba 324.563.072 reproducciones en Spotify. Eso fue el martes. Menos de setenta y dos horas después, va ya por 342.449.869. Todo apunta a que puede cumplir su séptima semana consecutiva como canción con más escuchas de la plataforma de streaming. En YouTube, el vídeo oficial de la sesión –también conocida, simplemente, como Quédate, por su pegadizo estribillo– presenta unos números de escándalo: 210 millones de visualizaciones, 3,7 millones de “me gusta” y 109.993 comentarios. Otras versiones en otros canales superan los 250 millones de visitas en tan sólo mes y medio.
Quevedo y Bizarrap (de ahora en adelante, BZRP) son la última expresión del éxito mediante la viralización en internet. Las sesiones del productor se suben directamente a Spotify y a las distintas plataformas de reproducción de vídeo/audio y de ahí saltan a las discotecas y a los medios convencionales, nunca al revés. El propio Ibai Llanos, el streamer por excelencia, tiene un vídeo de seis minutos simplemente reaccionando a la canción y vociferando todo tipo de elogios.
Ese vídeo corresponde a su vez a un stream de Twitch en el que decidió hacer publicidad de la canción. A partir de ahí, el efecto “bola de nieve” no hizo sino acelerarse: más influencers, más comunidades, más vídeos de TikTok, más sentimiento generacional de grupo.
Aunque las sesiones de BZRP empezaron en 2019 y Quevedo sea masivamente conocido como mínimo desde el lanzamiento de Cayó la noche junto a otros artistas canarios el verano pasado, formar parte del universo Ibai no les ha perjudicado en absoluto. El madrileño criado en Las Palmas de Gran Canaria participó en el evento llamado La velada del año 2 en el que distintos influencers y artistas disputaron combates de boxeo con la retransmisión del propio Ibai. El pico de audiencia llegó a 3,3 millones de espectadores, aunque la forma de contabilizar las visitas de Twitch pueda inflar en ocasiones las cifras.
Si a esto se le suma Instagram y, sobre todo, TikTok, la gran plataforma de contenidos de la llamada Generación Z, muy por delante de las demás, el fenómeno se empieza a entender. Ni BZRP ni Quevedo necesitan a los intermediarios habituales. Ninguno de los dos tiene contrato con ninguna multinacional y, de hecho, ni siquiera han publicado un disco como tal en su vida. Son canciones sueltas, punto. En el caso del productor, cincuenta y dos sesiones, numeradas una tras otra. En el caso del cantante, unas veinte colaboraciones con otros artistas, entre ellos, el mismísimo Ed Sheeran, gran dominador de las listas de éxito de Spotify, donde su canción Shape of you sigue ocupando el primer lugar histórico con 3.216 millones de reproducciones.
Hay algo insolente e inspiracional en este apartarse de los intermediarios tradicionales y establecer una suerte de vínculo de marketing colectivo. Algo, de nuevo, generacional o, más bien, simplemente, juvenil, casi adolescente. La sensación de que puedes desafiar al mundo que te ha sido dado y que intenta modelarte de determinada manera. El atractivo del secreto compartido.
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BZRP está en el catálogo de la compañía argentina Dale Play Records, pero es él quien decide qué, quién y cómo. Del mismo modo, Quevedo colabora con la agencia de representación Taste The Floor, pero se trata de una agencia canaria de música y cultura urbanas en la que se supone que la libertad del artista es lo más importante. Adiós a Sony, EMI, Universal y sus contratos leoninos.
Esta independencia es clave en la empatía, en la creación de una especie de comunidad que, además de prestar más atención al ritmo y a la música que a la letra, permite que se expanda entre millones de jóvenes de todo tipo de países sin importar su idioma. No hay grandes vídeos promocionales, no hay giras mastodónticas, no hay paseos por distintos platós de televisión. Todo queda en casa, con los chicos, frente a una pantalla y unos auriculares. Probablemente, Quevedo admire a Rosalía, a Bad Bunny o a C. Tangana, pero, de momento, ni él ni BZRP han cruzado esa línea. De seguir así, algún día aparecerán en luminosos de Times Square, pero no parece el objetivo vital ni profesional de ninguno de los dos.
Fotograma del videoclip de Queveo y BZRP
Fotograma
Que sea independiente, que parezca fresco y que lo hagan dos chavales que apenas superan los veinte años (Quevedo cumplirá 21 el 7 de diciembre; BZRP 24 este lunes), no quiere decir que sea amateur, ni mucho menos artistas de la improvisación. Ya la propia numeración de las sesiones denota algo obsesivo en el DJ argentino, algo pensado y concienzudo. Que no se mueva por los canales de masas de otras generaciones no quiere decir en absoluto que no busque llegar al mayor número de oyentes. Los movimientos urbanos no son movimientos underground. Dejaron de serlo hace años.
De hecho, BZRP presume de haber estudiado marketing. Sabe cómo vender sus productos y entiende cuál es su público objetivo. Las bases representan la continuación de la música dance de toda la vida, siempre exitosa y siempre adaptada a lo que el público de las discotecas pedía en cada década.
Tiene una habilidad especial para dar con el toque comercial y para publicitarlo donde debe: la presentación de la famosa sesión 52 con Quevedo se hizo en el programa La resistencia, en un ambiente de total colegueo con David Broncano y el resto del equipo. La promoción incluyó un vídeo viral en colaboración con Burger King. Cada gorra negra con las siglas BZRP en color plateado se vende a 20€ la unidad en internet.
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Aparte, está el concepto del aprovechamiento mutuo. Lo raro en la música actual –y aquí no habamos solo de trap o música urbana– es encontrar canciones de artistas en solitario. Las colaboraciones lo son todo. Del featuring hemos pasado directamente a la co-autoría. El público de uno se suma al público del otro, y a partir de ahí la canción crece como crece la comunidad que rodea al fenómeno.
Es posible que incluso el hecho de sacar algo uno sólo, sin los colegas detrás, sin el respeto que supone que otros artistas te respalden y quieran colaborar contigo, esté mal visto. Por ejemplo, Quevedo prepara ahora mismo un EP del que sólo conocemos el nombre de una canción, Sin señal, que, por supuesto, también es una colaboración, en este caso con Ovy on the Drums.
La comercialización de la independencia
El cambio de paradigma siempre invita a las dudas sobre la comercialización del éxito. Sabemos, más o menos, lo que gana un artista (y su larga lista de intermediarios) sacando un disco y yendo de gira. Es un modelo que lleva funcionando desde aquellas giras mundiales de los Beatles en los años 60 y que aún tiene vigencia. Basta con ver lo que ha pasado esta semana con las entradas para ver a Coldplay en Barcelona. Lo que no sabemos es qué supone ser número uno en Spotify o tener 250 millones de visitas en YouTube. Entendemos que está muy bien, pero es difícil ir más allá.
En un interesantísimo artículo, El Confidencial hizo un cálculo de lo que podría haber generado la canción sólo en razón de las escuchas en las plataformas más conocidas. Es un cálculo difícil porque determinados artistas tienen extras por exclusividad o reciben trato de favor económico simplemente por la cantidad que generan, pero nos vale para hacernos una idea: en sólo un mes y medio –la canción se publicó en Spotify el 6 de julio, tardó nueve días en convertirse en la más escuchada de la plataforma–, BZRP Music Sessions Vol. 52 habría generado 1.834.522,99€. Sólo para los artistas.
En el resultado total se descontaba ya de esa cifra la parte que se llevan la discográfica (Dale Play Records), la distribuidora (Warner Chapell) y la editorial (Sony Music Publishing), pero no está claro que estas estén en condiciones de exigir porcentajes similares a los que se embolsan con “sus” artistas. A esto habría que sumar las intervenciones en festivales, como el Boombastic de Fuengirola, y las sesiones en discotecas y eventos, más los propios derechos de autor por reproducción fuera de las plataformas señaladas. Se repartan como se repartan el dinero, Quevedo ya no sólo vive de la música, sino que se ha hecho millonario. Con una canción y sin demasiadas ataduras.
Escasas críticas y enorme repercusión
Al éxito y a su monetización le siguen casi siempre, en cualquier actividad, las reacciones negativas. Aunque llame mucho la atención cuando sucede, cuestionar el éxito suele ser poco habitual. En general, por cada crítica a Quevedo o a la música urbana como fenómeno hay diez comentarios positivos. Es normal: ir contra lo que gusta masivamente resulta sospechoso. Sobre Quevedo, lo más que se ha dicho es que abusa del autotune (se llegó a publicar un vídeo falso en el que el usuario El Stark imitaba a Quevedo desafinando y lo hacía pasar por real) cuando es algo que casi forma parte intrínseca del trap e incluso, tal vez, esté demasiado extendido también en el pop más tradicional.
También se le intentó atizar cuando en el propio Boombastic dejó que fuera el público el que cantara la canción por él, utilizando un vídeo sin contexto y de menos de un minuto para dejarlo en evidencia. No había motivo para ello: como afirma El País en su artículo sobre quella actuación, Quevedo había cantado el resto de su repertorio a viva voz y lo de dejar que el público haga suya la canción más conocida es un recurso tan viejo como Mick Jagger.
En cualquier caso, las críticas, normalmente, tienen que ver con la “calidad” de su música, pero es que el propio concepto de música es cambiante. Un cantante trap no pretende lo mismo que un cantante pop o rock o clásico. ¿Por qué habría que partir de los mismos criterios para juzgar objetivamente su trabajo? Otra cosa es la opinión subjetiva, es decir, el gusto, pero tirarse de los pelos porque Quevedo rime “una” con “una” cuando eso lo hizo con un éxito notable Pau Donés durante toda su carrera con Jarabe de Palo resulta un poco inocente a estas alturas.
De Cruz Cafuné a Maikel Delacalle
Pese a las críticas (pocas) y el éxito (muchísimo), Quevedo transmite a sus seguidores una apabullante sensación de normalidad. No ha caído en la tentación del rapero que se rodea de veinticinco modelos en la piscina de su chalet. Nacido en Madrid y criado hasta los seis años en Brasil, Pedro Luis Domínguez Quevedo es un orgulloso canario que empezó a hacer free-style, según él mismo confesó a la revista Billboard, a los 14 años, cuando iba y volvía de jugar al fútbol, con sus amigos Adrián y Moralo. Ser canario y estar fascinado por la cultura urbana no es del todo casualidad.
Quevedo suele mencionar la influencia de la música latina para explicar la gran cantidad de artistas urbanos que están saliendo del archipiélago. Solo en Cayó la noche, encontramos a Bejo, La Pantera, El Ima, Juseph, Cruz Cafuné y Abhir Hathi, prácticamente todos residentes en Las Palmas. A ellos habría que sumar a artistas reconocidos como Ptazeta o Maikel Delacalle, lo cual no quita para que el gran referente de Quevedo sea un malagueño, Daniel Martínez, conocido por su segundo apellido, Delaossa.
Aparte de la influencia latina, de lo extendido del reggaetón en festivales de las islas y de la posible casualidad generacional, Quevedo menciona la importancia de las HH Sessions, competiciones de hip hop de Las Palmas en las que él no participaba, pero que servirían de nexo entre los ritmos discotequeros y el ingenio de la rima. Tampoco es casualidad que otro de sus músicos de referencia sea el portorriqueño Myke Towers, cuyos éxitos también se deslizan a bases más comerciales y menos agresivas.
Precisamente en Las Palmas fue donde Quevedo conoció a Linton, productor y alma mater de Taste The Floor. Linton fue quien le animó a salir de la depresión postpandemia mediante la música y a convertir sus poemas y sus ejercicios de freestyle en canciones. Linton, por cierto, tampoco es ningún advenedizo en esto de la música: estudió en el conservatorio de Las Palmas desde los 11 a los 17 años. Juntos publicaron la canción Ahora y siempre, que, probablemente arrastrada por el éxito de Quédate, va ya por los 60 millones de reproducciones en Spotify.
Abrazarse y celebrar con colegas
Cada nuevo fenómeno generacional parece pillar por sorpresa a una sociedad cada vez más envejecida. Ahora bien, si se piensa, no hay nada de sorprendente en el éxito de Quevedo ni en el de la música urbana en general. Se trata de música para hedonistas. Salvo el punk de los años setenta y el grunge de los noventa, todos los movimientos musicales de masas parten de una misma premisa: cómo acercarte al chico o a la chica que te gusta y cómo conectar desde la diferencia con los que presumes que son como tú. Dejar de sentirte solo y diferente.
El sexo abunda en la música urbana como en toda manifestación adolescente. Un sexo tan repetido y tan salvaje que llama la atención. “No todo lo que escribo es real”, se disculpa en ocasiones Quevedo, sin precisar qué partes se han exagerado en sus canciones. Las relaciones entre géneros parecen una de ellas, sin ser Quevedo, ni mucho menos, de los más explícitos en sus descripciones nocturnas. Cuando se le menciona el machismo que impregna ciertas manifestaciones de la cultura urbana, parece incómodo, como si él no quisiera participar de todo eso, como si también se hubiera dado cuenta de que hay algo que chirría en la estética del «follador impenitente».
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Aparte de mantener una relación claramente más explícita con la sexualidad, esta nueva generación también presume de nuevos referentes: en Cayó la noche, se menciona a Kylie y a Kendall Jenner, a Miley Cyrus y se cita el verso de C. Tangana, “yo era ateo, pero ahora creo”. No hay una voluntad transgresora como tal: si el sexo aparece naturalmente salvaje, también lo hacen las referencias religiosas: en Hentai, Rosalía canta “Segundo, chingarte; lo primero, Dios”; en Bzrp Music Sessions Vol. 52, Quevedo recita “El sábado, teteo; el domingo, misa”.
Los amantes cogen un Uber para consumar y, si hay algún tipo de queja generacional, no se aprecia. Sencillamente, porque no es momento de quejas. Es momento de divertirse. Vuelta al vídeo en el que Ibai Llanos “reacciona” a la canción en Twitch. El streamer vasco se crece conforme avanza el tema, como si estuviera deseando ponerse en pie y abandonar la famosa silla en la que le vemos sentado día y noche.
Da palmas como si fuera un miembro de unas “barras bravas” apoyando a su equipo y, al final, concluye: “No es una canción de perrear, sino de abrazo con los colegas y celebración”. Porque, al final, todo se resume en eso: amigos que celebran. La música como banda sonora de la fiesta del fin de semana. La gozadera. Pasarlo bien y recordarlo, sin más juicios ni intenciones.
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